Marlene, hija de los Alpes

María Ester Sánchez Sánchez


Marlene, Hija de los Alpes
Dicen que cuando Marlene nació, el valle entero olía a manzanas recién abiertas. Su madre la miró con ternura y susurró:
—Se llamará Marlene. Tan perfecta como la manzana que anuncia la vida.

Creció entre montañas que parecían tocar el cielo, con el aire limpio del Tirol del Sur , en la maravillosa Italia y el murmullo de los manzanos que la vieron crecer. Su padre, un agricultor de una pequeña explotación agraria con la sabiduría en sus manos y muy paciente, le enseñó que la tierra se cuida con respeto y con gratitud. “Cada fruto es un regalo que no se repite”, decía. Su madre, con la sabiduría de quien ha aprendido de sus antepasados a elaborar todo tipo de confituras, tartas, mezclas cuyo producto principal es la manzana, la enseño desde muy pequeña a la elaboración de productos artesanos y de conservas.

Las estaciones marcaban su vida: la primavera de brotes, el verano de sol y trabajo, el otoño con el olor dulce que llenaba la casa y el invierno donde todo dormía bajo la nieve. Así aprendió que la armonía no está en tener más, sino en entender los ritmos de la naturaleza.

Con el paso de los años, Marlene sintió curiosidad por el mundo. Un verano viajó a la Costa del Sol en España. Allí descubrió algo que la sorprendió: muy pocos conocían las manzanas de los Alpes italianos, esas que habían sido su infancia, su adolescencia y toda su vida. Le pareció imposible, y de esa sorpresa nació una idea.

Abrió una pequeña tienda con un cartel sencillo: “Marlene, hija de los Alpes”. Trajo manzanas de su tierra natal y comenzó a ofrecer degustaciones. Invitaba a los vecinos a probarlas y contaba cómo el aire frío y el sol alto de las montañas les daban ese sabor tan limpio. Poco a poco empezó a enseñar recetas: tartas, mermeladas y jugos naturales.

Su entusiasmo se extendió. Visitaba institutos y hablaba con los jóvenes sobre las propiedades de la manzana: cómo fortalece el corazón, limpia la mente y ayuda a vivir de forma equilibrada. Solía decir con humor: “Una manzana al día no solo aleja al médico, también te recuerda que la vida puede ser sencilla y buena”.

Tiempo después creó una asociación llamada “Marlene, te ayuda a vivir sano”, dedicada a promover la alimentación natural y el respeto por el medio ambiente. En Navidad organizaba campañas solidarias y repartía cestas de manzanas en residencias y casas de acogida. Su gesto sencillo se convirtió en tradición.

El pequeño comercio de Marlene se hizo famoso. Los grandes centros comerciales de la zona la buscaron para tener su puesto en sus espacios. Ella aceptó, sin perder su esencia, llevando consigo el espíritu de los Alpes.

Hoy su tienda es conocida desde su tierra natal y expandida por el mundo. Un puente entre diversas culturas entre la tierra que da y la gente que disfruta. Un ejemplo de cómo un fruto tan simple puede unir mundos y recordarnos que la perfección, a veces, cabe en la palma de una mano.

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Marlene lleva la manzana hacia el mundo


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Que soy consumidora de Marlene